La educación es la vía, coinciden tres educadores durante el panel ‘Trascendencia y ser: una visión en la escuela’, ofrecido por el grupo consultor internacional Fundación Conflicto. ¿Qué educación? Una que busca la construcción de saberes más que transmisión de información.
El doctor Marcelo David Sosa, abogado y máster en Democracia y Buen Gobierno, especializado en docencia universitaria, empieza diciendo que en los países latinoamericanos, con similares contextos de desigualdad, pobreza y falta de desarrollo humano, la escuela está en una crisis de identidad, porque los modelos que sirvieron durante décadas hoy aparecen desfasados frente a la inteligencia artificial, las nuevas formas de violencia, discriminación y exclusión social.
La escuela necesita respuestas ante esa crisis, y una de ellas está en rescatar el sentido ético de la educación. “Si la escuela se sitúa desde el paradigma racionalista, se ve superada por internet. Tiene que diferenciarse del conocimiento artificial”, dice Sosa:
“En cientos de escuelas de Japón, desde este año, robots están enseñando inglés. ¿Qué haremos los maestros del futuro?”.
Una sociedad de educadores
Para empezar, Sosa reimagina la escuela como un centro de los afectos, guiándose por las teorías de las inteligencias múltiples. La capacidad afectiva puede definir al educador. Sin ella, su papel se diluye. “El uso de la tecnología es irreversible (como lo ha sido desde la invención de la escritura); tenemos que usarla para el bien, y la clave está en que le demos sentido ético a lo que hacemos”.
Una buena manera de empezar es enseñar a los alumnos a verificar las fuentes de información para distinguir lo verdadero de lo falso (o lo que es lo mismo, a no ser audiencia para las fake news), y utilizar esos resultados para el bien.
Esto continúa por formar educadores de calidad, “no para que compitan con el avance tecnológico, sino para que redescubran lo humano. Una máquina no podrá superarnos en empatía, en emoción y en sentido. Importa lo que enseñamos, pero sobre todo cómo lo enseñamos”. La educación, demasiado escolarizada, debe transitar hasta llegar a lo que Sosa llama una sociedad de educadores.
Usar la incertidumbre para educar
Para que la escuela recupere sentido desde la visión de los jóvenes y de los adultos que la conforman, hay que crearle una identidad novedosa y vivencial. La propuesta, dice Jaidivi Núñez Varón, psicóloga y máster en Intervención Clínica y de Familia, especialista en Acción sin Daño y Construcción de Paz, es el paradigma de la incertidumbre.
“Creemos que las escuelas se volvieron ciertas, anestesiadas frente a las realidades contemporáneas. Necesitamos crear ruidos diferenciadores, tocar los corazones”.
Enseñar el poder de construir vínculos significa un enorme desafío para la escuela y un giro para la comunidad educativa. “Preguntarnos cuáles son las premisas, narrativas, mensajes y textos para apoyarnos. Tener una mirada multisistémica para entender a los educadores, a los directivos, a los padres de familia, a los chicos” y a todo el microcosmos de la escuela, dentro y fuera de ella.
Del filósofo Édgar Morin, Núñez y sus colegas toman el concepto del paradigma de la incertidumbre, expuesto en el libro Los siete saberes necesarios para la educación del futuro (disponible en la Biblioteca Digital de la Unesco). “La incertidumbre tiene que ver con la capacidad de establecer conexiones en múltiples niveles”, explica la psicóloga. Se abandona el precepto de una verdad uniforme, por el de una verdad compartida. “La incertidumbre (el no saber vendrá después) puede mover los roles”. Un chico puede ser profesor y enseñar a otros lo que ha aprendido. Un profesor puede ser estudiante cuando es capaz de escuchar a su alumno. La señora de la cocina puede enseñar a chicos y profesores que no saben cocinar. “Si usamos incertidumbre en la manera en la que pensamos la escuela, cuando el chico salga a la realidad, sabrá que hay posibilidades de mundos múltiples”.
Un laboratorio de emociones
La escuela que quiera trascender tendrá que salir del yo personal –yo maestro, estudiante, padre de familia, directivo–, y generar un nosotros, es la visión del abogado Jacobo Quintero-Touma, especialista en Análisis y Resolución de Conflictos y director de Fundación Conflicto. Sí, hay que pulir el potencial individual, pero no dejarlo allí. “La visión grupal evita las visiones sesgadas de la realidad”, mientras que el individualismo extremo puede llevar al fundamentalismo. La escuela, al brindar otras perspectivas, se convierte en un foro.
El espacio para esto, reconoce Quintero-Touma, ha estado en la familia, “pero ante las complejidades que esta experimenta, la escuela debe replantear su rol”. Primero, pensando en los diferentes actores. El docente, por ejemplo, necesita encontrar felicidad en el ejercicio de sus funciones. Y los directivos necesitan encabezar una transición de sus escuelas de un rol meramente racional a uno también emocional.
“Si el objetivo es únicamente la razón, estamos generando gente que puede pensar bien para hacer el mal, como lo demuestran las guerras mundiales”.
Por tanto, los centros educativos necesitan trabajar en resolución de conflictos y en construcción de confianza. “Si eso, esas individualidades no van a poder luego tejer objetivos en conjunto, como ocurre en un matrimonio, por ejemplo”. El mundo actual no tiene respuestas individuales. “El yo se queda corto frente a los problemas fundamentales de la humanidad”.
La escuela, como laboratorio de las emociones, puede enseñar a procesar la frustración, el desaliento y el éxito. “Eso no es dejar la tecnología, sino centrar la visión en el ser humano”, generando imperativos interiores que enseñen a actuar no solo de una manera inteligente, sino de una manera correcta.
Fuente: eluniverso.com