“Un proceso educativo, continuo y permanente, que pretende potenciar el desarrollo de las competencias emocionales como elemento esencial del desarrollo humano, con objeto de capacitarle para la vida y con la finalidad de aumentar el bienestar personal y social”. Esa es la definición que los académicos Nuria Pérez y Rafael Bisquerra, de la Universidad de Barcelona, le dieron a la educación emocional en su trabajo Educación emocional: estrategias para su puesta en práctica.
De esta definición, muy validada por la academia a nivel internacional, podemos extraer varias cosas. Lo primero, es que la educación emocional no es un proceso finito, del que nos podamos graduar una vez terminado un curso. Se trata de un aprendizaje permanente, que las personas debemos ir actualizando día a día y año a año, a través de las experiencias. Y no se trata de una educación que nos prepare para una tarea en específico, sino que para a vida misma, con el objetivo de transitarla lo mejor que podamos. En el mismo texto, los especialistas añaden: “la educación emocional se propone optimizar el desarrollo humano; es decir, el desarrollo integral de la persona (físico, intelectual, moral, social, emocional, etc.)”.
Las competencias emocionales son, por ejemplo, tener la capacidad de reconocer nuestras propias emociones y las de los demás, poder responder de forma adecuada a estas emociones; contar con habilidades sociales para relacionarnos con los demás, y mantener valores que contribuyan a nuestro bienestar y al de nuestra comunidad.
La educación emocional comienza en la infancia. Los niños y niñas son capaces de aprenderla a través del apego seguro con sus cuidadores, al tiempo que empiezan a regular emociones como la alegría, la rabia y la frustración. En la medida de que los adultos a su alrededor les entregan herramientas –muchas veces a través del ejemplo-, para manejar estas emociones, los niños y niñas las van comprendiendo, regulando y administrando. Y continúa en la adolescencia, momento de la vida en que los y las jóvenes empiezan a ver cómo se pone a prueba todo lo aprendido durante la infancia. En este sentido, y en ese momento de la vida, la educación emocional demuestra estar estrechamente relacionada con la configuración de la autoestima.