La palabra estrés se utiliza en muchas conversaciones para referirse a diferentes situaciones. En realidad se trata de un mecanismo automático que aumenta los niveles de activación física y psicológica ante una demanda propia o del entorno.
Por ejemplo, una demanda propia sería pensar en que hemos de hacer perfecta una exposición en clase; y una externa, que nos dijeran que mañana vamos a tener que hacer cuatro exámenes.
Cómo reconocer el estrés en los niños
Ante las demandas, la persona puede pensar que está perfectamente capacitada para desempeñar las actividades (y su nivel de activación no sufriría cambios) o que no tiene ni el tiempo ni los recursos necesarios para cumplirla (y el cuerpo y la mente se activarían para asegurar que dispongamos de energía para ejecutar la tarea).
Sin embargo, cuando la activación es demasiado elevada, en lugar de ayudar, lo que genera es gran malestar físico (dolores de cabeza, musculares, malestar estomacal, etc.), psicológico (sentimientos de impotencia, pérdida de autoestima, cambio de humor,…) e incluso problemas sociales (irascibilidad con los demás, insociabilidad, actitudes violentas, etc.).
Ante este estado, la persona con estrés realiza intentos para superar la situación. Si cuenta con los recursos necesarios, puede superar su estrés y volver a un estado de relajación. Sin embargo, a veces las herramientas de las que dispone no son adecuadas, con lo que no consigue relajarse.
Los niños interpretan la realidad desde una perspectiva diferente a la de los adultos. Lo que para tu hijo puede ser una situación amenazante, para ti puede pasar desapercibida.
Algunas circunstancias que pueden ser fuente de estrés para tu hijo son: los cambios en la situación familiar (divorcio de los padres, mudarse de ciudad y colegio, fallecimiento de un familiar, llegada de un hermano), por la situación escolar (acoso de los compañeros, suspensos, cambio de curso escolar, exámenes, llegar tarde a clase, malos resultados en algún trabajo, tener que hablar en público) o por otras situaciones diversas como ir al médico o dentista, romper o perder cosas, perderse, demasiadas actividades extra-escolares o deberes, peleas con amigos etc.
Si tu hijo está sufriendo estrés, es probable que puedas detectar alguna de las siguientes respuestas físicas, Aumento de la frecuencia cardíaca, sudor de manos, cambios en la coloración de la piel, tensión muscular, cambios en la temperatura, respiración agitada, palpitaciones, falta de respiración, malestar estomacal, náuseas, vómitos, falta de apetito o apetito excesivo, dolor de cabeza, temblores, necesidad de orinar o defecar más de lo habitual.
Las reacciones también pueden ser motoras: Mover constantemente brazos y piernas, repetir tics, cerrar los ojos, evitar contacto visual, buscar proximidad física de personas de apoyo, aferrarse al adulto, decir que tiene miedo, agredir verbal o físicamente, distraerse fácilmente, temblor de labios, tartamudeo, lentitud o rapidez del habla, llanto, gritos y rigidez.