“El peligro del pasado era que los hombres fueran esclavos. Pero el peligro del futuro es que los hombres sean robots”.
Eric Fromm
Estamos en una fiesta de cumpleaños y todos los presentes sacan el teléfono móvil para retratar el momento y subirlo a las redes; es Navidad y, mientras los abuelos conversan, los más pequeños mandan mensajes a sus amigos que están en otras casas con sus propios abuelos. Estamos simplemente almorzando en un día cualquiera con la familia y el catálogo encima de la mesa y los prolongados minutos de silencio se hacen oír porque la conversación ocurre justo con la tablet, celular y hasta con portátiles.
Hasta finales del siglo XX, cuando aparecieron las primeras computadoras se avizoraba que las tecnologías ayudarían a mejorar la calidad de vida. Es innegable que tantos nuevos aparatos que pueden hacer muchas funciones de la casa y trabajo nos ahorraron esfuerzo y tiempo para hacer otras labores; sin embargo, ya han transcurrido 19 años del siglo XXI y es notable la inmensa incomodidad cuando se conversa con otros amigos y el número de comprobaciones ‒acto de acudir al teléfono y verificar si hay un mensaje, llamada o notificación‒ es de dimensiones importantes. Es como si todo el tiempo estamos esperando tener alguna novedad allí en el aparato y, peor, dar respuestas lo más rápido posible como si tener la primicia es la meta.
Ahora coloquemos este contexto: cuando se compra un televisor, una lavadora o cualquier aparato, viene acompañado de instrucciones de uso. Todos sabemos eso, pero rara vez los usuarios leen y menos aún, aprenden el manual de usuario. Del mismo modo, frente a la posibilidad de observar que los niños se aquietan al proveerles de estos aparatos, apareció lo que Eduardo Liendo escribió hace más de 40 años como El mago de la cara de vidrio; es decir, una niñera virtual que se encarga de los pequeños mientras hacemos otras actividades.
El asunto principal aquí es que se les ha entregado a niños y adolescentes un aparato sin el manual de instrucciones; por tanto, son analfabetas tecnológicos, y lo son porque los adultos responsables de la crianza también lo son. Hemos observado el potencial de uso de las nuevas tecnologías de comunicación, pero muy raramente se ha considerado el impacto en el hogar y, menos aún, los correctivos.
La consecuencia es que ha disminuido dramáticamente el contacto social personal, las personas de diferentes edades se han construido “máscaras” sociales para aparentar rasgos psicológicos que en persona no consiguen actuar y mucho más aún, el descontrol de los padres a la hora de retirarles los aparatos los niños como medida de “castigo”: llantos, discusiones, amenazas y hasta peleas.
Con todo, no se pretende, de ninguna manera, satanizar las tecnologías de comunicación sino destacar que a lo largo de este tiempo no se ha tenido el cuidado suficiente en su inclusión dentro de la cotidianidad, tomando la visión de Eric Fromm, el peligro de volvernos robots; es decir, seres insensibles y sin capacidad de amar, sino de automatizarnos irremediablemente.
En la próxima entrega, alternativas y estrategias para la alfabetización tecnológica.